Cuando nos planteamos llevar a cabo nuestros acústicos de verano, teníamos muy claro que debían ser conciertos especiales, de ahí que invitáramos a pasar por NdelT a Mario Raya y a Moncho Otero y Rafa Mora.
Este último acústico de verano que tenemos previsto ofreceros es tan especial que le hemos pedido a Antonio de Pinto y a Andrea Mazas que nos escriban un texto sobre los dos músicos que tendremos este jueves con nosotros: Andrés Sudón y Marta Plumilla.
Y aquí tienen el texto:
la órbita de la incertidumbre: Andrés Sudón y Marta Plumilla
Dicen que la vida en
pareja es como una ciudad sitiada: los que están dentro quieren
salir y los que están fuera quieren entrar. Algo parecido ocurre con
la etiqueta «canción de autor». Basta que nos digan «Lo tuyo
suena muy a cantautor» para que nos excusemos y aleguemos que
tenemos otras influencias musicales. Por contra, a lo de «Pero tú
no eres cantautor, ¿no?» es fácil preguntarse si no estaremos más
cerca de sonar en Kiss FM que en alguna emisora de radio alternativa.
No vamos a entrar en definiciones. Bastará con poner dos ejemplos de
lo que, a nuestro juicio, bien puede representar con creces este
género.
Andrés
Sudón, según Antonio de Pinto
Andrés Sudón es brujo,
vive y, además, es consciente de casi todo. Le encanta discutir con
los camareros porque es un domador de hormigas y pulgas y, también,
como Chaplin, es un poco payaso y un gran actor que intenta
interpretarse de la mejor manera a sí mismo. Es un tío que lleva
gafas pero ve perfectamente, que se empeña y se esfuerza por
construir el edificio de su persona defendiendo la naturalidad, que
sangra al componer y dar forma a sus canciones pero, en el fondo,
busca amores indoloros, que juega al yoyó con el mundo vestido con
tutú mientras te hace un estofado. Sus temas no son los propios del
hombre medio que habita nuestras ciudades sino los centrales de
siempre: el amor, la vida, la muerte, la libertad, la consciencia,
las tetas de la de al lado… Se siente inseguro cuando se empieza a
sentir seguro y se ha comprometido consigo mismo a no comprometerse,
a reorientarse cuando note la más mínima traición de él hacia sí
mismo, porque quiere ser fiel de verdad. No le gusta jugar a la
guerra civil en los bares pero anda como un soldado, no es comunista
pero quiere montar una comuna, tiene un toque mesiánico pero
desconfía de los mesías. Su número favorito es el tres pero busca
con ahínco el trébol de cuatro hojas, no le gusta que le robe los
mecheros, es un tipo amable, simpático, suave, borde, áspero y
melancólico, cuando voy con él muchas veces nos encontramos a
nosotros mismos en la versión viejuna paseando por Vallekas o
Malasaña casi de la mano y por eso solo queremos crecer y no
envejecer. Respeto y admiro lo que hace porque huye de la
mediocridad, sorprende cuando no es sorprendente y rezuma frescura
como el agua de limón.
Marta
Plumilla, según Andrea Mazas
Mi admiración por Marta
Plumilla puede traicionar mis palabras, volverlas cursis, puede
hacerme perder, al hablar de su hacer, el buen atino con que ella
retrata la emoción del ser humano, del hecho de ser persona, por
encima de cualquier etiqueta pero por debajo del bien y del mal. Sus
letras parecen haber estado tan a mano de cualquiera hasta que ella
las escribe que uno siente algo de rabia al escucharla pero, si
alguna vez ha intentado alcanzar la delicada sencillez de Plumilla,
se le pasa pronto, porque sabe lo complicado que es llegar a ella.
Probablemente seamos muchos los que intentemos, al crear,
desprendernos del prejuicio, de la construcción, del artificio, de
la literatura que rodea cada sentimiento ancestral y muy seguramente
sean pocos los que consiguen dejar al descubierto solo la esencia, la
emoción en estado puro pero poético. Marta Plumilla sabe hacerlo.
Ese es su don. En su corta trayectoria sobre los escenarios ha
aprendido a hacer de ellos su medio, su medio líquido. No es una
sirena sino un pez cósmico en un salón de baile inverosímil: al
principio nosotros miramos sin entender bien sus pasos, pero ella nos
sirena con su canto hasta hacernos formar parte de él. Un pez
cósmico no ofrece conciertos ni recitales. Ofrece rituales o, dicho
de un modo más profano, espectáculos. El espectador se ríe con
ella, de ella y de sí mismo, y llora con ella, porque sus canciones
son las canciones de todos: tiene nuestros deseos, espanta a nuestros
fantasmas, sueña nuestras pesadillas y ama a nuestro amante. En
definitiva, ella musicaliza nuestras preguntas sin pretender
responderlas. En sus letras solo llega a atisbar un posible indicio
del camino que podría llevarla a dar con una incierta respuesta.
Pero ese indicio es tan honesto, tan verdad, que nos vale como
respuesta para el día en que por fin la escuchamos.
Lo advertimos: no íbamos
a entrar en definiciones. Un cantautor es más que sus canciones.
Quizá sea sus tres miradas sobre el mundo: la forma en que quiere
pasar por él, la forma en que se da a él y la forma en que lo
recibe y, después, lo devuelve en forma canción para disfrute de
otros. Andrés y Marta son solo dos ejemplos (no definen una
definición) y ellos eligen quedarse en la no decisión, en la
indefinición: son seres vivos, en constante cambio: ¿con qué nos
quedamos de ellos?, ¿con qué se quedan ellos de ellos? A la cierta
claridad que asoma en las canciones de uno, el otro le echa un pulso
con las sombras de las suyas. Son dos cantautores, dos planetas,
Tierra y Marte, que comparten un universo, un punto de partida: la
inmensidad de la vida entre dos signos de interrogación. A partir de
ahí cada cual sigue su camino creativo, su órbita de incertidumbre.
Ahora bien, cuando se cruzan se produce el ritual, el espectáculo
que juntos ofrecen, sin acuerdo, sin réplica. Crean un conflicto que
solo puede resolver la emoción de quien escucha sin esperar nada, ni
siquiera media respuesta.
¿No les apetece apuntarse y venirse con nosotros este jueves?